Tradicionalmente se ha pensado que la muerte en el organismo humano se produce cuando cesa la actividad circulatoria, respiratoria o cerebral.
Aunque después de la muerte muchos órganos de donantes se pueden trasplantar, utilizando técnicas para alargar su viabilidad, los tejidos del sistema nervioso central dejan muy pronto de ser viables después de que cesa la circulación sanguínea.